Con mariposas en mi vientre, y la boca reseca de tanto desamor, decido abrir la puertecita que inadvertida se escondía detrás del cartelón. Al entrar, una sensación térmica me invadió llenándome de calor, y una sala de museo me ofrecía la más hermosa colección de recuerdos imborrables. Como los cuadros de Harry Potter, se movían en un marco los momentos mas dichoso de mis años y horas anteriores: los días del colegio, las reuniones familiares, la fiesta de sombreros, las caricias de mi madre y los juegos de mis sobrinos; los romances fugaces, mis días en Madrid, Adícora a las 5 de la tarde y mis recorridos en moto; las flores que mi padre me ha obsequiado, el Universitario con mi hermano, mis clases de bailoterapia, las galletas de mi tía y las ferias de Urumaco; las cabinas de las radios, el estudio de DAT, los masajes de Michel, los compartires en Tara Tara y el Yankee Stadium en New York; los Magic Colors en Orlando, la Bandolera, las mejillas pecosas de mi hermana, el patio de mi casa y mis noches en el Pub; las chinelas de Petra, aquella fiesta de Halloween, el cardamomo del Dushi, los 24 en la Sierra y aquel 31 en Londres; las salidas en Aruba, los tequeños de las fiestas, la Pizzería de Evio, el despertar de los abrojos y mi perrita Mimí.
Después de tan mágica evocación, me esperaba en un espejo una negra igualita a mi, que me decía sonriente: "Vaya que has vivido, nadie te quita lo bailao". Fue en ese momento que abriendo mis brazos, sequé las lágrimas de mi cara, respiré profundo y me reí. Y en un gesto agradecido miré hacia arriba y dije: "Vaya que he sido feliz".
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