¡Vaya que cuesta seguir el camino!
Constantemente nos vemos acorralados por los temores, los factores externos y la hostilidad. Es comprensible un día no querer levantarse a salir a la lucha diaria por el pan y los sueños. Vivimos angustiados, rezando, orando, cantando, meditando, encomendándonos a cuanto santo conocemos para poder llegar a casa después de la jornada; y alterados psicosomáticamente por no saber en quién confiar.
Nos la pasamos peleados con la vida porque nos pone obstáculos, porque se muestra feroz y cruel. Porque nos desgarra con cada asesinato, epidemias, catástrofe, debacle natural, azote financiero, leyes injustas, bajezas humanas y trabas desorientadas. Y a veces, nos pasa por la mente desistir de ella, execrarla, mandarla al carajo un rato y transitar sin memoria por el limbo.
Nos enmarañamos en alambres de púas con la frustración, haciendo desangrar el alma y dejando escapar los anhelos por las heridas. Nos aplastamos en la comodidad del conformismo y al vernos al espejo nos preguntamos: ¿Pa donde vas? Y con las manos tapando el rostro, nos sentamos a llorar presos de la incertidumbre llenos de dolor y pesar, sobre el pináculo de una encumbrada montaña de emociones negativas que al exponernos indefensos ante la grandeza infinita del universo nos hace sentir cada vez más pequeños.
Furiosos, orgullosos e impotentes, escupimos improperios, nos dañamos el cerebro, maltratamos a los que tenemos cerca y nos convertimos en una nube negra cargada de miedos, incoherencias, angustias y mala vibra que no nos deja ver más allá del día a día, de la inseguridad circundante, de los útiles escolares, de la inflación, de las quejas conyugales y las cuentas por pagar.
Ignorantes de la ley de causa y efecto, de las frecuencias energéticas que emiten los pensamientos y del poder asombroso de la palabra, caemos inocentes en un espiral, círculo vicioso o laberinto espiritual. Recibimos lo que hemos dado primero. Y si hemos dado por el mero interés de recibir, habremos dado mal.
Es mejor recargar energía en el regazo de los que amamos, con ternura y piedad. Es mejor parar la marcha un poco. Es mejor perdonar, perdonarnos y pedir perdón que dejar de disfrutar de este regalo impreciso que se llama vida, que como dicen por ahí, no siempre viene envuelto y con lazos.
No le veas solo los defectos, dale amor, mírala con cariño, acaríciala un poquito y reconcíliate con la vida. Obséquiale como ofrenda obras honestas y desinteresadas, fidelidad, aprecio, momentos reflexivos de contemplación. Seguro que al bajar la guardia un poquito, ella misma te dará un besito, y la relación fluirá mejor. Adórnala con buenas acciones y sueños perseguidos, con sabores únicos y arco iris de mil colores. Abrázala con dulzura, con fuerza, sinceridad, energía y gratitud. Quítale la responsabilidad de hacerte feliz, y asume esa tarea tú.
Lima esas asperezas y trátala con rectitud: es una madre, hermana, maestra y amiga que solo quiere verte crecer. Que reprende cuando es justo y a veces grita para que le prestes atención, que enseña con ejemplos y te pone ecuaciones difíciles de resolver, más no imposibles. Pero que a su vez, premia cuando se ha luchado con sacrificio, y es generosa cuando se han hecho las cosas bien.
Llénala de cantos y poesía, de amor y detalles, de estrellas infinitas, de momentos valiosos, luz y entusiasmo. Dile que así como es, es perfecta. Que arrepentid@ de dudar, desde hoy te haces testigo de la mejor relación camino-caminante que haya existido.
Que es hermosa, a veces injusta y severa, imperfecta, sorprendente y maravillosa. Reconciliémonos con la vida, es menester!
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