Sobre @ArizonaRockCoach

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Princesa Hechicera del Reino Indómito de Urumaco; guarapera empedernida, coach ontológico, pasajera, y transeunte de una vida Sin Desperdicio

Guarapo

La Real Academia Española explica que la palabra "guarapo" es una voz quechua cuya definición reza: "Jugo de la caña dulce exprimida, que por vaporización produce el azúcar".

Para nosotros los venezolanos, el guarapo aparte de refrescar, también se asocia al temple y poder de decisión. Este blog tiene por meta refrescar con dulzura la fuerza en el corazón, y ayudarnos a continuar con optimismo y coraje este incierto camino que, cada vez más escabroso, se llama vida.

sábado, 4 de junio de 2011

El Chivo de la Señora Dalia

Fotografía: Jaime Garvett




Ya he mencionado anteriormente que no hay casualidades en nuestras vidas, y que quien llega a nuestras existencias lo hace para cumplir con una misión en nuestro desarrollo y aprendizaje. Somos pequeñas piezas de un gran y complejo engranaje que nos hace girar y vibrar. Somos únicos y parte de un gran todo. Somos universales porque en nosotros yace el universo, y a su vez el universo se alimenta de nosotros.



Como sabrán mi progenitor fue criado como un rey en las tierras áridas de Urumaco, poblado situado en la región occidental de este preciosísimo estado Falcón. Hace como 25 años, mi papá quien ya casado y con hijos en la ciudad mariana de Coro no dejaba de ir un domingo a visitar a mi abuela Carmen, y un buen día de descanso se la encontró muy atareada salando un hermoso cadaver de chivo.



Mi papá derretido ante la belleza del manjar que tenía ante sus ojos, infiere a su madre para pedirle gentil y esperanzado una porción de tan suculenta comida, a lo que ella, tan corajuda como era, responde de forma brusca y severa: "No le pongas el ojo a este chivo, que este chivo es para la Sra. Dalia que se va de viaje".



Mi padre ya había perdido toda esperanza de deleitarse con este platillo de la gastronomía occidental de nuestro país, sin embargo no dejaba de pensar en él, y dejó en su mente grabada la imagen y el olor del animal muerto que al prepararse salado alude a un modo ancestral y tradicional de conservar su carne en buen estado por mucho tiempo. Una vez muerto el chivo, se cuelga para extraerle el cuero y desangrarlo. Luego se expone a grandes cantidades de sal, para posteriormente exponerse al sol por 8 horas aproximadamente. Una vez seca la carne, debe guindarse y colocarse bajo techo en un lugar fresco. Así, esta carne salada ha adquirido la capacidad de conservarse por largos periódos de tiempo manteniendo casi todas las propiedades de su sabor original.



La Señora Dalia era la vecina de enfrente de mi Abuela en Urumaco, esposa del farmaceuta del pueblo, Don Carlos Fuguet. Ambos padres prolijos de más de una docena de hijos, en su mayoría hombres, que fueron bien criados y todos, al igual que mi padre y su hermano a punta de sacrificios, mandados a estudiar fuera de los linderos del pueblo. Hoy los Fuguet están regados entre Coro y Caracas, seguramente habrá alguno que viva fuera del país, y honradamente han adquirido la responsabilidad de llevar el 13 de junio de cada año el pancito de San Antonio para las festividades tradicionales de este, mi pueblito ancestral. Esta responsabilidad ha sido transferida a las nuevas generaciones, una pila de muchachos, contemporáneos conmigo y mis hermanos. De hecho, muchos de los nietos de Doña Dalia son hoy grandes, especiales y entrañables amigos de esta negrita urumaquera. Y siempre la Feria en Honor a San Antonio funge de excusa para ir a compartir momentos extremadamente agradables con los gendarmes de una hermosa tradición.



Regresando al relato original, luego de un mes aproximadamente de aquella decepción que mi padre sufrió al quedarse con las ganas de probar esa divinidad culinaria y tradicional (mi papá aunque es un hombre que ha recorrido bastante del mundo, es amante y defensor acérrimo de la gastronomía regional, por eso en mi casa nunca ha faltado el chivo, el quesito de cabra, la natilla, el suero, ni una arepita pelada), por cuestiones de trabajo toma un avión para la ciudad de Chicago en los Estados Unidos. Al bajarse del avión, es sorprendido por un rostro conocido de la infancia. Se trata de Antonio Fuguet, uno de los hijos de Doña Dalia quien para aquél entonces hacía vida en la ciudad mundial del viento.



Con mucho afecto se saludan, y el Señor Antonio le cuenta a mis padres que se encontraba "casualmente" en el aeropuerto esperando a su mamá que estaba a punto de llegar en otro vuelo, y procede a darle su número telefónico y le invita a su casa a cenar junto a su mamá y otros amigos en su hogar.



Ya de aquí en adelante, el relato no causará sorpresa, porque como ustedes muy bien podrán imaginar el plato fuerte de esa cena, era el chivo que mi abuela estaba salando en Urumaco un mes atrás, servido como una pieza exótica de la gastronomía falconiana de los remotos pueblos sin agua del occidente. Quisiera haber estado de observadora en ese preciso momento en el que Doña Dalia habrá puesto sobre la mesa en medio del frio de Chicago, servido en lujosas bandejas y acompañado con hermosos vegetales, la cara de satisfacción y alegría pícara de mi progenitor al observar aquel antojo que no pudo saciar.



Ahora vuelvo al primer párrafo de este escrito: no hay casualidades en nuestras vidas. Y de este cuento pueden extraerse varias moralejas, por ejemplo, que ese chivo estaba destinado a ser devorado por mi papá; y que el mundo definitivamente es un pañuelo que nos hace encontrarnos y reencontrarnos con ciertos personajes, de allí lo que he dicho en otras ocasiones, aquello del mosaico de personas y de la necesidad de honrar y portarse bien con todo aquel que se cruza en nuestro camino.



Muchos años después, el hijo del Señor Antonio, nieto de Doña Dalia, Juan Carlos, un chamo que siempre estaba semipresente en los días de mi adolescencia durante los asuetos de carnaval y semana santa, me iría a buscar en el aeropuerto de Madrid, para recibirme y orientarme en esa ciudad maravillosa, que gracias a él y al cariño de otros amigos se quedó por siempre en mi corazón. Y aunque ya Doña Dalia y mi Abuela Carmen no están en este plano, en sus herederos quedaron bien inseminados el amor, el respeto y la solidaridad hacia los vecinos, por eso los Fuguet siempre serán especiales para los miembros de mi familia.


No es el mundo quien da muchas vueltas, son nuestros actos los que levantan consecuencias, acciones y reacciones que se unen en un mar de sucesos para reventar en la orilla como olas de aprecio, indiferencia o baja estima, dependiendo del tono de las semillas que cada quien siembre a su paso por la vida de los demás. Es un gran colchón de resortes, con muchos espirales entrelazados de historias que se comparten y que a su vez como entes independientes van y se conectan con nuevas vivencias por otros lados, para luego volver. Este es el ritmo fluido de la existencia: hacernos protagonistas de nuestras propias historias, a la vez de actores de reparto, figurantes, extras y villanos de otras tramas, tan complicadas y tan simples a la vez.



Esta es una de las historias urumaqueras que más me ha sorprendido y que utilizo con más frecuencia para ejemplificar las conexiones que nos unen a todos los mortales con pequeños hilos fabricados con el amor de nuestros ancestros. Cabe destacar que quien tomó la fotografía de apoyo a este relato, también es un nieto ilustre de Urumaco. Ya de los Garvett hablaré después.



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