Llevó tantos golpes que se encerró en una coraza y por miedo se acostumbró a estar así.
De vez en cuando miraba la vida por un hoyito, pero ya no sabía como salir.
Pasó tanto tiempo sumido en la oscuridad de su soledad que se volvió gris, y con el frío inclemente de las sombras en las que estaba inmerso se le olvidó sonreír.
Soñaba todo el día con un mundo mejor, con subir montañas y recorrer parajes, pero nadie le decía que los sueños se podían hacer realidad.
Había sufrido tanto que le daba pánico abrir su pecho y compartir. Tanto se obligaba a no sentir que su corazón dejó de latir.
En su mente era un atleta capaz de hacer las más heroicas proezas pero en su cotidianidad solo mostraba torpeza. Se tuvo que esconder en tanta cordura y jamás admitía alguna sorpresa.
Aprendió a defenderse solito, y por eso nunca en nadie se apoyó. No daba cariño porque no lo recibía, y solo entendía de hostilidad.
No daba consejos porque a él nadie se las dio. Creía que en todo era original, cuando realmente aplicaba en sus cosas ideas de los demás. Y de tanto hablarse a sí mismo no escuchaba a los demás.
Sabía que tenía muchas virtudes pero no se sentía capaz.
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