Y AUNQUE

Fotografía: Lute Déniz

(lo debí publicar el domingo 14 de noviembre de 2010)

Hoy estuviese cumpliendo 12 años de casada, tal vez tendría un muchacho o dos.

Estaría muy contenta dedicada a cuidar del hogar y la familia, y a complacer los caprichos de mi esposo.

Tendría una casa muy bonita, con dispositivos automáticos y juguetes de todo tipo;

el closet lleno de ropa y hermosos zapatos, un carrito automático y un orbitrek; una pelota para pilates, una cocina lujosa y brillante, y una colección enciclopédica de libros de autoayuda.

Seguramente iría al gimnasio todos los días, aunque fuese por una hora, para recuperar mi figura; un trabajito sencillo en alguna empresa de mi esposo, para no sentirme vacía; y a las 10 de la noche caería reventada de sueño y cansancio.

Hoy, tengo 6 años de divorciada, y aunque pude tener mucho de lo que ahora no tengo, me siento muy feliz. Me dedico a hacer de cada día un capítulo maravilloso digno de atesorar y a regalarme una lección diaria.

Vivo con mis padres, no tengo casa propia, ni carro. Tengo el mejor trabajo del mundo, porque por más que no amaso fortunas, es lo que me gusta y me divierte; soy la dueña de mi tiempo y de mis acciones; tengo el placer de disfrutar de mi familia sin inconveniente; profesarme una noctámbula empedernida; encontrar la paz en mi alma, mientras sucumbo ante los placeres mundanos; y de ser yo misma cuando comparto momentos de arte, ilusión y esparcimiento con mis bien ponderados amigos.

Y AUNQUE después de atravesar por penosos momentos, de mucho dolor y sufrimiento, no le guardo rencor a mi ex-esposo, por el contrario le confiero un cariño profundo; y AUNQUE abandoné la pelea porque hubo una fuga de amor en mi pecho, tengo la conciencia tranquila de que luché con todo hasta perder el aliento; y AUNQUE recuerdo con alegría la vehemencia con la que amaba a mi ex, no me arrepiento de haber tomado la decisión de recomenzar mi vida, de haber conocido a otros para finalmente reencontrarme conmigo; y AUNQUE siempre hay palabras de aprecio cada vez que nos vemos, queda un extraña sensación de vacío en el pecho al sabernos personas tan diferentes y sin nada en común.

No hay que culpar nunca a los demás de nuestros propios errores, mejor es asumir con humildad que se han tomado decisiones incorrectas y celebrar que, empero fallido, se hizo el intento con todo el corazón. No cambio la que tengo por la existencia que hubiese podido tener. Esta es mía, forjada a mi gusto, con esfuerzo y esmero, con giros inciertos, con mejor actitud ante las penas, con más ganas de aprender y crecer, y con la seguridad absoluta de que Dios me puso en esta vida para VIVIR.-