Texto: Arianny Valles para la Revista Status Magazine Occidente, edición Mayo 2012.
A veces transitamos erráticos por los senderos de la vida como Zombies sin voluntad, siguiendo los patrones asumidos por la inercia de la costumbre y los estándares sociales. Estudiamos una carrera universitaria porque es lo que viene después del colegio; nos casamos porque ya estamos “en la edad”; tomamos trabajos que de repente no nos gusten tanto porque de algo hay que vivir . . . y así vamos encaminándonos en la ruta por la consecución de objetivos que muchas veces no son los nuestros, o sin haber tomado conciencia nos embraguetamos en férreas luchas sin saber muy bien el porqué.
La vida presenta ciclos, etapas y tramos que son importantes de realizar, pero ¿Qué sucede cuando se han alcanzado los estándares sociales y ya no hay más metas? ¿Qué pasa cuando en nuestro espíritu se esconden otros deseos que van más allá de la casa, la pareja, los hijos y los perritos? ¿Qué acontece cuando se han cumplido algunos pasos pero se han saltado otros? Sin darnos cuenta nos topamos con un vacío que sin introducirse formalmente en sociedad nos va desgastando el alma con el amargo roce de la insatisfacción.
Por varias razones se puede llegar al punto en el que se pierde el norte, y se sufre de ataques de pánico por no saber hacia dónde girar nuestros timones y dirigir nuestras velas, y comienza el sentimiento de frustración al saberse uno perdido flotando en las aguas frías de la desolación, estancados en un punto, estáticos, sin miras a la evolución, simplemente dejándonos llevar por la corriente.
Ante este panorama, lo más sensato es tomar acción de inmediato, y no acostumbrarse a bailar al ritmo de otros o de las circunstancias. No hay nada más peligroso para una sociedad que individuos corroídos por la apatía y la desmotivación, porque apegados a la inercia y a la triste desidia, se convierten en temerosas y resentidas piedras de tranca al momento de generar cambios y progresar.
Si por un momento se nos nubla la vista, y caemos en el estupor de no saber para dónde ir, hay que despertarse rapidito, respirar profundo y tomar lápiz y papel para escribir: lo que realmente deseamos, los elementos de la vida que sinceramente queremos tener, y aquellas metas que aun nos faltan por alcanzar; y con esto, diseñar nuestro nuevo manual de operaciones enfocados en lograr los ítems de la lista anterior.
Cuando tenemos motivaciones, tenemos razones, tenemos empuje, tenemos motor. Cuando hay motivaciones, hay “Porqués”, “Para qués” y “Para dondes”. Cuando estamos motivados, sabemos a donde dirigir nuestros pasos, y surge de nuestra mente una fuerza apasionada que se desdobla en sentimientos y actitudes, y nos impulsa a dar pasos, que más tarde harán caminos.
Derivada del latín “motivus”, motivación significa “causa del movimiento” e implica estados internos que orientan el organismo hacia metas o fines determinados; son los impulsos que mueven a la persona a realizar determinadas acciones y persistir en ellas hasta su culminación. Es esa fuerza que nos inspira la lucha y nos devuelve todos los días a la marcha.
Así que, cuando el lienzo de nuestras próximas acciones esté en blanco, y nos encontremos en uno de esos humanos momentos de sentirse perdido, en vez de deprimirnos o desesperarnos, aprovechemos para revisar en los apuntes que tán felices hemos sido y qué tan correctas han sido las razones de nuestro obrar, y sirvámosnos de la pausa para recalcular la ruta, y encontrar en nuestros sueños, sublimes pinceladas de inspiración, esa que alimenta y engrasa el motorcito ronronero de la motivación.
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