Fotografía cortesía de Pinterest
Hoy luego de amanecer tras el resultado del más reciente comicio electoral de mi país, salgo a la calle y lo primero que me encuentro es el honesto comentario de una persona de mi afecto: "te estoy siguiendo en el twitter y veo que estás desconectada completamente de la realidad, vives en otro mundo, en una cúpula, tienes que poner los pies en la tierra". Yo, desconcertada ante el inesperado reproche procesado en micro segundos, respondo con un forzada muesca que trataba de emular una sonrisa, y un aparente caso omiso para proseguir mi camino.
Mi interlocutor me sigue y continúa su ataque, suavizando el discurso al ver mi incomodidad. Yo simplemente había respondido: "yo no soy de las que le echa más porquería (dije otra cosa, pero por respeto a ustedes cambio la palabra) al balde. Es en estos momentos cuando más necesitamos amor". Y mientras procedía a realizar mi habitual actividad matutina, le perdonaba en silencio por su afrenta y trataba de ponerme en su lugar, entendiendo finalmente que la agresión no era conmigo sino con su propia impotencia y desilusión. E inmediatamente concluyó: "bueno, es mejor tomar las cosas con alegría, adaptarse a la situación y seguir". Yo asentí con la cabeza y profundo respiré.
Como lo he dicho antes no pretendo ser entendida, lo que si quisiera es ser respetada, porque yo respeto el criterio y pensamiento de los demás, así disten en gran medida de mis juicios de valores. Y se que para muchos pudiera parecer una hippie comeflor que rehuye de la cruenta realidad para refugiarse en la calma y la armonía de un mundo ideal. Y saben que? me declaro culpable y lo hago con orgullo.
He decidido hacer de mi existencia en la tierra un tiempo en el que reine la felicidad, celebrando logros y bendiciones, y atesorando cada momento, así sea trágico o infortunado, porque de ellos está llena la vida. Me niego a sentarme durante horas a despotricar y soltar de mi lengua improperios y maldiciones; también me niego a librarme de la responsabilidad por todo lo que en mi vida ocurre, incluyendo las decisiones colectivas, y los flagelos que sacuden la sociedad en la que convivo. Porque sí somos corresponsables, así nos duela reconocerlo.
No me funciona dejarme abatir ante el infortunio y caer en el hoyo frío y desolado de la amargura; tampoco abandonar la lucha ante la apatía de los demás. Sigo peleando por las utopías, porque son ellas, como bien lo dice Galeano, las que nos ayudan a avanzar; no me rindo ante la opresión de la desidia y sigo firme con mi apuesta por la reivindicación del bien. Y lejos de postrarme cómoda en un charco de lamentos y sollozos, les invito a levantar la cara con orgullo y celebrar que cada vez somos más. Les invito a hacer una matriz FODA y replantear las estrategias, y con sincera objetividad enfocarnos todos en remendar nuestras debilidades y trabajar con ahínco para que éste sea un país con futuro, en el que la convivencia sea armónica y de avanzada. Como dijo una mujer muy sabia recientemente: "ya no basta con tolerar, hay que convivir."
No tiremos la toalla, ni nos dejemos caer ante la contrariedad, recordemos que cada día es una batalla, y que cada acción cuenta. Mantengamonos alerta, y con el corazón limpio de rencores y desaliento. Aun en los más encumbrados parajes, aun en lo más profundo del dolor, aun ante el más encomiable reto podemos decidir SER Felices; Aun en el escalofrío de la sensación de abandono, en el foso infinito de la incertidumbre, y en la huracanada desesperación podemos elegir sonreír, y asirnos con fuerza heroica al estandarte de la esperanza.
Si de ajustar engranajes se trata, y de salir a la calle blindados y con 4 ojos, lo haremos. Si tenemos que cambiar hábitos y costumbres . . . plomo! La cosa es no dejarse quitar la voluntad, ni caer en el desánimo, porque es el infortunio el que nos enseña a valorar. Y cierro esta reflexión con un pensamiento de Antonio Machado: Hoy es siempre todavía.
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